Uno de los descrubrimientos que más me han asombrado en los últimos años es que no podemos fiarnos de nuestro cerebro al 100%. Y que, además, esto es así más allá de nuestros fallos subjetivos y que es así por fallos de diseño (hmm … evolución, vamos) en el propio cerebro.
Siempre he pensado que hay que tener cuidado con cómo vemos el mundo, porque cada uno tenemos una perspectiva subjetiva que puede llevarnos a no entendernos en algunos aspectos con otro.
Sin embargo, esto va más allá de lo anterior. Se trata de que, a lo largo de los años de la evolución de la psicología y las neurociencias, se han encontrado una serie de problemas de interpretación de lo que hay fuera de nuestra cabeza.
Si lo miramos desde un punto de vista biológico podemos decir que,aunque tras años de cultura hemos conseguido inventar cosas como las matemáticas, nuestro cerebro ha evolucionado como herramienta de supervivencia principalmente. Así pues, hace muchos años algo que nos servía para discernir si lo que se movía era un depredador o no nos tiene que servir ahora para distinguir si el banco trata de timarnos con la letra pequeña de la hipoteca.
Esta herramienta tan potente tiene algunos problemas de funcionamiento de los que deberíamos ser conscientes. Hay muchos de ellos, pero de todos hoy me voy a centrar en lo que se denominan distorsiones cognitivas.
Todos tenemos creencias y emociones sobre los que se asienta nuestra forma de vernos a nosotros mismos y de ver el mundo. Para tener una buena opinión de nuestra integridad como individuos, nuestro cerebro desea que nuestros actos sean coherentes con nuestro sistema de valores. Si esto no es así, empezamos a sufrir interiormente.
Si, por el motivo que sea, experimentamos dicho sufrimiento nuestro cerebro trata de reajustarse. En ocasiones, no podemos cambiar nuestras actuaciones y, en la mayoría, nuestro cerebro no desea reajustar nuestro sistema de valores porque eso alteraría su integridad. Así pues, al parecer lo que hacemos es autojustificarnos creando terceras razones que nos llevan a reconciliar nuestro sistema de valores y nuestras acciones disonantes sin perder nuestra perecepción de integridad.
El problema no es que el cerebro haga esto. El problema es que estos mecanismos son tan rápidos que lo hace sin que seamos conscientes de ello. Así pues, a ojos de extraños podemos realizar estos comportamientos y parecer unos hipócritas sin ser del todo conscientes de ello.
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